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EL Perdón

09.12.2013 10:06

El perdón es el don de los dones, como lo dice la palabra. Ciertamente es el don más difícil de regalar. A la raíz de todos los conflictos fraternos está el problema del perdón. La malevolencia, en una palabra, es la muralla absoluta que bloquea la comunicación con el prójimo.
El sentimiento normal, como tendencia fundamental de la vida, es la benevolencia hacia el otro. No siempre, sin embargo, funciona en el hombre la tendencia de ser para otro, sino también la inclinación de ser contra otro. Pero esto último no es lo normal.


La agresividad cordial nace casi siempre entre los pliegues de la concurrencia y de la rivalidad, por las que uno quiere conseguir algo y los otros se lo disputan. La resistencia del otro es, pues, el obstáculo para el cumplimiento de mis deseos egoístas, y mi emoción agresiva es el medio para anular aquella resistencia. Como se ve, el egoísmo es la “madre” de la malevolencia.
Cuando un individuo es propiamente un ególatra, tiende a considerar a cualquier otro como rival, y fácilmente lo hace blanco de su agresión. Basta analizar las rivalidades existentes entre un sujeto y Otro entre un grupo y otro, y siempre descubriremos e las hostilidades de hoy antiguas batallas para salva guardar el prestigio personal y asegurar los intereses propios.

Diferentes formas


El rencor es la tendencia a hacer daño y a recrearse en ello.
Llamamos odio a la inclinación a exterminar a otro. Es una «protesta», hecha con toda el alma, contra el hecho de que el otro exista. El rasgo especifico del odio es el deseo de que el otro no disfrute de la existencia. Es lo más opuesto al amor fraterno, y a ello se refiere san Juan en sus cartas. Uno siente repugnancia hasta de pronunciar la palabra odio. Pero la emoción del odio puede encubrirse, con más frecuencia de lo que se cree, entre los pliegues de otros sentimientos.
Cuando el deseo de poseer y la necesidad de estimación son lesionados, nace la necesidad de la venganza, así como nace la gratitud como un impulso reactivo a lo bueno que recibimos de los demás. Si el deseo de poder o estimación, repito, quedan lesionados en sus exigencias, se busca la compensación produciendo un daño igual a aquel que ha obstruido la aspiración: ojo por ojo: me quitas un ojo, te quito un ojo. Existe, pues, en la venganza un ajuste de cuentas.


El resentimiento es diferente a la venganza, por los motivos y por la forma. Esta emoción agresiva
nace del hecho de saber que el otro consigue lo que uno no ha podido obtener. El motivo del resentimiento es que yo no tengo lo que él tiene:. él tiene más éxito, prosperidad y estima que yo. El impulso vital de donde nace este sentimiento es querer tener todo para mí y ser más que los demás.
En la envidia existe todo el contenido del resentimiento y, además, encierra la inclinación a vengarse de los que han sido más afortunados que uno, a pesar de que los tales afortunados no me han causado ningún daño.


Se procura la satisfacción rebajando los valores de los demás; y en esta operación desvalorizadora se puede tomar un aire de objetividad, racionalizando con nuevos principios otros códigos de valores, otros criterios para poder decir: al final, tú no eres más que yo. En la emoción de la envidia hay siempre escondida cierta dosis de frustración. No hay resentimiento sin envidia, aunque sí envidia sin resentimiento.
En los celos queda perturbado el deseo de tener todo para sí, al observar que el otro es objeto de gran estimación por parte de los demás, estima que uno la desearía exclusivamente para sí.
Antipatía es una tendencia emocional por la que el prójimo es como un polo en el que yo no encuentro resonancia. Esta emoción nace a veces del fondo vital. Otras veces, en cambio, es el resultado de una transferencia inconsciente por la que uno evoca un personaje olvidado con el que hubo conflictos en tiempos pasados.
Estas diferentes emociones agresivas están en cada persona en una mezcla combinada. En el problema del perdón pueden hacer su aparición todas ellas —o alguna de ellas— en grados y especificaciones diferen¬tes. Otras veces puede tratarse de un sentimiento general contra el prójimo.

Cómo perdonar


Perdonar es extinguir esos sentimientos como quien apaga una llama.


En estas emociones de malevolencia existe una vin¬culación emocional entre el otro y yo. Estos senti¬mientos adversos son cargas de resistencia, lanzadas mentalmente contra el prójimo. Las cargas, al ser permanentes, forman una cadena que sujeta destruc-tivamente a los dos individuos.
Perdonar es, pues, quebrar esos vínculos y desli¬garse.
Odiar —si se me permite la expresión— es lo¬cura: es como el que almacena un veneno que irá lentamente destruyéndolo por dentro.
¿Quién sufre? ¿El que odia o el que es odiado? Cuántas personas pasan días y noches lanzando men¬talmente agresivas cargas emocionales contra una de¬terminada persona, y esta persona ni siquiera se en¬tera. Mientras tú. te consumes, sombrío y enconado, contra tu prójimo, el otro está «bailando» feliz en la vida, completamente desligado de ti. La inmensa mayoría de las veces no llegan al interesado los efec¬tos de nuestras emociones destructivas, en tanto que estamos siendo lentamente presionados y aprisiona¬dos por nuestras propias sombras tenebrosas.
¿Masoquismo? ¿Autodestrucción? No. Insensatez.
Odiar es locura.
El resentimiento destruye al resentido.
Vale la pena perdonar. ¿Para qué sufrir inútil¬mente? No tendrás paz hasta que no te decidas a perdonar. El día que perdones, sentirás un alivio tan grande que acabarás diciendo: valió la pena.
Seguimos preguntando: ¿Cómo perdonar?
En primer lugar, el problema fundamental consis¬te en separar la atención del recuerdo de aquella persona. Yo te diría imperativamente tres palabras: déjala, olvídala, deslígate. Es un acto de control mental.


Cuando te llegue el recuerdo del tal individuo, no le des importancia, piensa en otra cosa, vuela con tu mente en otras direcciones.
Este camino es indirecto, pero muy eficaz. Al mis¬mo tiempo te ayudará a conseguir un progresivo do¬minio mental.
Existe aquel perdón que llamamos intencional o de voluntad. Uno quiere perdonar, quisiera arrancar del corazón toda hostilidad, le gustaría recordar a la persona, si no con simpatía, al menos con indife¬rencia. Este perdón es suficiente para aproximarse a los sacramentos.
El perdón emocional no depende de la voluntad. La hostilidad tiene hundidas sus raíces en el fondo vital instintivo. Nosotros no tenemos dominio di¬recto sobre el mundo emocional. Al darse el estímulo, se da la emoción.


Así, pues, la malevolencia es una carga emocional negativa. Ahora bien, un carga emocional negativa solamente puede ser disuelta dentro de una carga, emocional positiva, y con esto paso a señalar la segunda manera de perdonar.
Concretamente entiendo por carga emocional positiva la intimidad con Jesús.
Por la experiencia de la vida sabemos cuánto cuesta perdonar; sabemos también que para ello, más que para cualquier otra actitud fraterna, necesitamos de Jesús. Por gusto no se perdona. Tampoco por ideas ni por convicciones, ni siquiera por los ideales. Por una persona sí.

¿Cómo hacerlo? Concéntrate. Evoca por la fe la presencia del Señor. Y cuando hayas llegado a un «encuentro» de intimidad con El, dile: Jesús, entra hasta las raíces más profundas de mi ser, asume mi corazón con sus hostilidades y sustitúyelo por el tuyo, perdona tú dentro de mí, quiero sentir por tal hermano lo que Tú sientes por él, quiero perdonarlo como Tú perdonaste a Pedro... Ahora mismo, Jesús.
Vas a experimentar cómo Jesús calma aquella agitación hostil y deja en el interior tanta paz, que puedes levantarte tranquilamente para ir a charlar con toda naturalidad, con el «enemigo». Estos prodigios los hace hoy Jesús.
Sucede frecuentemente el hecho siguiente: conseguiste perdonar, incluso emocionalmente; fue pura gratuidad del Padre: el rencor se apagó por completo como una hoguera reducida ya a cenizas. De pronto, de entre las cenizas grises surge de nuevo la roja llama. No se sabe por qué, esta mañana volvió todo: es tan desagradable sentir otra vez el rencor; es como una fiebre que quema y molesta. Con tu perdón, vivías tan libre y feliz...
No te impacientes. Somos así. No tenemos dominio directo sobre ese loco mar de las emociones. Toda herida profunda necesita muchas curas para cicatrizarse por completo. Vuelve a repetir actos de perdón. Regresa a tu intimidad en busca del jesús vivo. Permite ser alcanzado y sanado, en tus heridas y emociones, por aquel jesús que es misericordia y paz.

Comprender
Esta es la tercera manera de perdonar: comprendiendo.
Muchas veces pienso que si supiéramos comprender, no necesitaríamos perdonar. Bastaría comprender, y la sed de venganza quedaría calmada.
Comprender significa abarcar o rodear por completo una cosa. Comprender a una persona significa medirla, rodearla por completo, analizarla en sí misma lo más objetivamente posible.
Sucede que muchas veces vemos al otro a través del prisma de nuestros prejuicios emocionales: antipatías, rivalidades antiguas, historias desagradables... De esta manera, nuestra visión del hermano queda enturbiada y coloreada. Esta visión distorsionada provoca en nosotros un estado emocional adverso al hermano. En el fondo de la incomprensión está presente, pues, la falta de realismo y sabiduría.
Qué fácil sería perdonar, no sólo intencional sino emocionalmente también, si tuviéramos presentes las siguientes reflexiones. Fuera de casos excepcionales, nadie tiene voluntad de hacer mal a otro, nadie actúa con malévola intención. En una palabra: en principio nadie es malo.
Si yo encuentro que él me perjudicó o me ofendió, ¿quién sabe qué le contaron? ¿Quién sabe si j todo lo hizo bajo el peso de sus fracasos o a partir de la tristeza de sentirse poca cosa, o de su estruc¬tura congénita? ¡Digno de comprensión y no de aversión!
Cuántas veces sucede que lo que parece orgullo es timidez; lo que parece obstinación es necesidad de afirmación; lo que parece una actitud agresiva es . una reacción defensiva o búsqueda de una falsa se¬guridad. Todo su comportamiento parecía tan insin-cero y amanerado, y se trataba simplemente de un modo de ser. Cuánto le gustaría a él ser de otra manera. Si supiéramos comprender...
Si este tipo es «difícil» para mí, más difícil es para él mismo. Si con ese su modo de ser sufro yo, más sufre él mismo. Si hay una persona en el mundo que desea no ser así, esa persona no soy yo, es él mismo. Y si él, deseando vivamente no ser así, no puede obrar de otra manera, ¿será tan cul¬pable como yo estoy calculando? ¿Será tan digno de censura pública como yo pienso y deseo?
El que está equivocado no es él, soy yo. No me  , rece repulsa sino comprensión, ¿y quién sabe si com¬pasión? Hay una cosa preciosa que nosotros reca¬bamos todos los días de nuestro Padre: la misericor¬dia. En el último de los casos, ¿no será el ofrecer la misericordia el mejor modo de perdonar emocionalmente? Si supiéramos comprender, cuánta paz y sabiduría habría en nuestra alma.
Hay personas que nacieron rencorosas. General¬mente, el tiempo todo lo borra. Muchos sujetos, des¬pués de una explosión temperamental, se calman y luego se comportan como si nada hubiera sucedido. En cambio, los rencorosos no pueden olvidar: des¬pués de muchos años lo recuerdan tan vivamente como en el momento en que aquello sucedió. De¬sean acabar con aquella memoria dolorosa porque son ellos los que sufren, pero no pueden. Es algo que no depende de su voluntad.


Es una gran desgracia ser así. Pero este modo de ser es congénito y pertenece al fondo vital de la per¬sona o, como dicen, al fondo endotímico.
La persona rencorosa debe comenzar por entender su naturaleza psíquica. Sin elegir ni desear, nació con una estructura obsesiva que tanto lo hace sufrir. ¿De qué se trata? De una fijación emocional. El recuerdo de una persona o de una historia doliente se le fija tan obsesivamente en la mente que no pue¬de desligarlo después de largos años. Es decir, lo específico del rencoroso es que siempre que recuerda a aquella persona, lo hace con una descarga emocional agresiva. Para él, perdonar significa recordar a aque¬lla persona sin descarga emocional y con indiferen¬cia. Más que de un problema moral, se trata de una constitución psíquica, y yo entiendo que aquí apenas existe culpabilidad moral.
¿Qué hacer? Los ejercicios de control mental realizados con paciencia y perseverancia pueden ayudarlo eficientemente para aliviar este modo de ser. Si el rencoroso llegara a adquirir la capacidad de suspender a voluntad cualquier actividad mental, llegaría a ser capaz de desligarse de cualquier recuerdo ingrato también a voluntad. Además, el estado excitado aumenta el grado de agresividad interior. Cualquier ejercicio que lo ayude a apaciguarse lo ayuda a suavizar su naturaleza rencorosa.


Manuel Murillo Garcia
 

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